Primero que nada, escribo desde mi propia experiencia de mujer heterocis, profesional, con una imagen aceptablemente hegemónica y clasemediera. No pretendo hablar por todas, no soy representante de nada ni tengo verdades generalizables. Esto es simplemente una rudimentaria expresión de mi experiencia personal

Llegué a la maternidad con nula conciencia de lo que significaba. Muchas veces, años después, me pregunté si de verdad lo deseaba. ¿Es que se puede desear algo de lo que no tenemos ni idea? ¿Qué deseaba, sino lo que me habían contado que era? ¿Deseaba acaso una idea, un constructo, un fantasma?

Y sabemos que lo que nos cuentan sobre la maternidad está lejísimos de la realidad. Nadie nos habla de la incompatibilidad entre las exigencias sociales, laborales, matrimoniales, y ser madre, criar sin red, o con redes endebles y lejanas (entre mil cosas de las que no se hablan)

Creo que en ese momento, simplemente era lo que seguía en mi vida a cierta edad. Entonces me pregunto, ¿qué era lo que realmente deseaba? ¿La maternidad color de rosa que nos venden? ¿la imagen mistificada y feliz que compramos?¿poner en  práctica tanto juego con bebotes y cochecitos? ¿Ser parte de una sociedad, de una cultura y acceder al estatus que ser madres nos da? ¿No ser menos que mis amigas? (para ese momento casi todas ya estaban embarcadas en esto).

Yo no sé muy bien entonces cómo es que decidí ser madre, si por deseo real, si por sumisa obediencia, si por mandato patriarcal, o una mezcla inseparable de todo esto (y probablemente mas variables de las que ahora no estoy ni cerca de tener conciencia).

Lo que sí sé, es que es de la pocas experiencias de mi vida que no tienen mucho punto de comparación en cuanto al nivel de 

Entrega,

renuncia,

cansancio (físico mental psicoemocional),

culpa y pesada conciencia de responsabilidad.

Orgullo,

profundidad, límite, borde, 

conciencia de la fragilidad humana,

empatía, entendimiento y sororidad.

Acuerpamiento, sentir estas pieles tan mía, tan suya, intimas y al mismo tiempo sentir que este cuerpo ya no me pertenece, es una maquina al servicio de la vida, de otra vida…

vulnerabilidad, desesperación, soledad, 

soledad, mas soledad….

miedo, 

ambivalencia enloquecedora, culpabilizante…

Encuentro con otras, construcción colectiva,

profunda hermandad en el sabernos comunidad, sostén y red de contención.

Respiro…

Creatividad, flexibilidad, es que es tan difícil prever, proyectar, coordinar, organizar…

Cambio rotundo, 

sueño,

a cualquier hora ganas de dormir,

sentir que el mundo se olvidó de mí y siguió…

sensación de finitud, de sustituíble…

presencia necesaria, única, irremplazable, demandada como nunca….

Desorientación, no saber cómo, no saber qué, confiar, entregarme al vacío, ser sostenida, caerme, romperme, rearmarme, volver a confiar…

Nada nunca me hizo expandir a este nivel los límites de la conciencia sobre mí. Nunca se me lleno el alma de tantas preguntas, muchas aún sin respuesta. 

Nunca había sentido antes con tanta claridad las violencias, las vulnerabilidades, las precarizaciones con las que me enfrenté como mujer cis, madre. La sensación de borramiento de mi identidad previa, mirarme al espejo a veces y no saber quién soy, tener que reconstruirme, de a poco, a través de los años y con el poquísimo tiempo disponible.

Llevo casi una década en esto de tener un hijo y aún hoy, tantísimas veces me sigo sintiendo incomprendida en la crianza, en el maternaje. Exigida, forzada a la renuncia, a la postergación de mi misma, de mis deseos. En un mundo huérfano que no acoge a quienes estamos en situación de crianza, que nos sigue señalando y culpabilizando por casi todo lo que pase con nuestras crias (aunque estas ya esten bien grandes y tomen sus propias decisiones). 

Si tengo que ser desgarradoramente sincera…sí, a veces he tenido ganas de renunciar, a veces me he preguntado ¿en qué me metí? ¿cómo salgo? sensación de ahogo. Ahí es donde busco ayuda, brazos, sostén.

La salida ha sido siempre colectiva, el encuentro con otres me ha permitido sentirme parte de algo mas grande, saber que para poder ser la madre presente, amorosa, cuidadosa y contactada que quiero ser, tengo que poder dormir, tengo que poder encontrar la manera de estar tranquila con el resto de mi existencia, dejar de postergar mis sueños. Tengo que rodearme de personas que me digan “anda tranquila, yo me encargo”. Aprender a pedir, soltar la capa de superpoderosa y reconocerme necesitada. Ser la madre que puedo ser, la mejor madre que puedo ser en este mundo, en este momento de la historia de la humanidad, en esta latinoamérica. Con esta historia personal, con estas cargas, con estas dificultades y con toda esta potencia que siento cada vez que pienso en mi hijo, en sus abrazos, en sus ojos profundos, en su “te amo mamá”. 

Flavia E. Roso