Sobre Mí
Soy Flavia Egle Roso. Licenciada en Psicología. Terapeuta Gestáltica. Especialista en Salud Mental Perinatal. Feminista. Fundadora de Psicología Perinatal Córdoba. Diplomada en Violencia Intrafamiliar y Equidad de Género. Profesional certificada por el Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal. Mi trayectoria profesional se centra en el área clínica desde el año 2007, acompañando procesos individuales, vinculares (de pareja) y grupales. Durante 10 años coordiné grupos terapéuticos para mujeres y talleres terapéuticos con diferentes temáticas (amo el trabajo grupal). Actualmente recibo consultantes (online) de habla hispana desde cualquier lugar del planeta y atiendo de manera presencial en Córdoba, Argentina.
Perspectiva de Género y Derechos Humanos
Las personas somos parte de un contexto sociocultural y político, me es imposible pensar un quehacer terapéutico sin un claro posicionamiento de género y derechos humanos. Necesitamos desnaturalizar la jerarquía atribuída a la relación entre géneros y visibilizar los procesos de subjetivación binarios, heteronormados, alonormados y patriarcales, que van a determinar lo que es patológico de lo que no, y por lo tanto condicionaran el bienestar y la salud de las personas.
¿Para qué es indispensable la terapia con perspectiva de género?
- Para no seguir reproduciendo estereotipos
- Para visibilizar micro y macro violencias
- Para entender los procesos socioculturales involucrados en los vínculos
- Para no psicologizar e individualizar procesos sociales y culturales
- Para deconstruir mandatos opresores
- Para generar procesos subjetivantes que no reproduzcan relaciones desiguales
- Porque los factores socioculturales afectan la salud integral de laspersonas
Relato de «mi parto»
Ayer un amigo me preguntó por qué elegimos Amadeo como nombre, -porque me gusta cómo suena, me gusta la música de esa palabra- le contesté -y además lo que significa: “el que ama a Dios”.
A eso le siguió la pregunta, ¿y qué es Dios para vos?. A lo que respondí:
El día que nació el Ama, me desperté con una sensación extraña, decidí en cuanto abrí los ojos cancelar toda mi jornada laboral. Me dije a mi misma –faltan diez días para que nazca, ya puedo ir tomándome licencia-. Todo el día en casa pintando, sola, en silencio, en un estado de profundidad detenida en el tiempo.
Transcurrieron las horas y yo, que venía sintiendo contracciones de todo el día, todavía no era consciente de lo que eso significaba. Estaba esperando el dolor, la asociación de contracciones dolorosas y parto estaba muy arraigada en mí. -Si no me duelen, debe ser que todavía faltan días- pensaba.
Llegó la noche, el papá de Amadeo volvió a casa, yo tenía mucho hambre, tan así que siendo vegetariana de más de diez años, cené dos milanesas de pollo con puré. Sentía que necesitaba comer eso. Yo seguía con contracciones, pero todavía no me daba cuenta, aún no me llegaba a la mente la información de que en unas pocas horas Ama estaría con nosotres.
A eso de las 21.30hs, Diana, la partera que venía acompañándonos en la gestación, haciendo uso de su exquisita intuición, me mandó un mensaje -¿Cómo estás? ¿Ya saliste a ver la luna?- En ese momento salí al patio y me encontré con una luna llena gigante, carismática, me atraía como un imán. Me quedé afuera “tomando luna”, descalza, con los pies en la tierra.
Ahora puedo entender, que todo ese estado tenía un sentido, que yo ya estaba entrando al planeta parto, Amadeo ya estaba en camino, yo ya estaba yendo a buscarlo por donde sea que él estuviera viniendo.
A las 23hs aprox, decidí acostarme (con la ventana abierta, para que me entre luna) y ahí sentí la primera contracción dolorosa, decidí tomar el tiempo entre una y otra. La próxima a los dos minutos, la tercera, ya no la llegué a contar. Fue firme, profunda, larga y sentí un paf!, algo que explotaba y me mojaba entera. Llame a José –llamala a Diana xq rompí bolsa-. En ese momento comencé a sentir frío, un frío que me venía desde adentro, temblaba, tiritaba. Me puse al teléfono con Diana que me tranquilizó (lo del frío nunca había sido relatado en las rondas y me asusté), me dijo que entrara a la ducha caliente, que estaba en camino.
Una vez dentro del agua, el frío mermó, pero no del todo. Necesitaba mucho calor, el agua bien caliente. Las contracciones eran intensas y seguidas. No tengo registro del tiempo transcurrido. Solo recuerdo, que en un momento conecté de nuevo con la realidad presente y concreta, con el mundo exterior, con que mis parteras (Diana y Luchi) no habían llegado aún y tuve miedo. Recuerdo a José hablando con ellas por teléfono y a Diana recomendándole que se prepare porque quizás tendría que recibirlo él.
En las rondas de las que participamos por varios meses, él siempre tuvo la inquietud de qué hacer en caso de tener que recibirlo, podríamos decir que “se había preparado” como si ya hubiese sabido que sería así. Es que creo que en estos momentos de portales que se abren y nos dejan asomarnos a ver por un ratito el misterio de la existencia, la vida, la muerte, los destinos. En estos momentos, sabemos qué hacer, qué tenemos que preguntar, qué información tenemos que tener, hasta meses antes de que suceda.
Inmediatamente después, una contracción muy fuerte, muy intensa. Luego de eso, nada. Silencio, calma, quietud acompañada de cierta tensión. Sabía que después de esta calma se venía algo muy fuerte, desconocido, poderoso. Fue ahí que de repente sentí con claridad absoluta cómo mi útero se contraía desde arriba hacia abajo. Con una intensidad abrumadora, incontrolable.
Estaba sucediendo, y yo, no podía hacer nada. Mis límites físicos se habían desvanecido. Sentí cómo desde la tapa de mi cabeza se abría un canal hacia arriba, me sentía conectada con algo mucho más grande que yo, me sentí literalmente un canal abierto a través del que se unían dos dimensiones, un canal atravesado por la vida, por la muerte, un eslabón, un portal. Me sentí parte de una humanidad entera de mujeres, con la sabiduría de cada una de ellas en mi ser.
En ese momento, apareció la cara de Diana y Luchi frente a mí, me decían cosas que no recuerdo muy bien, pero sé que eran hermosas y me hacían sentir tranquila. Recuerdo las manos de Diana sosteniendo las mías y diciéndome –vos soltá, no retengas- recuerdo la sensación de aflojarme, y sentir cómo mi hijo se deslizaba con la fuerza de un rayo a través de mi cuerpo. Tengo guardado en lo mas profundo de mi mente el registro físico de ese recorrido, solo me basta cerrar los ojos y evocar el recuerdo para sentirlo. Y sé que esto, será así para siempre.
A las 00.25hs lo recibió su papá, y fue directo a mis brazos, recuerdo sus ojos negros, redondos, grandes mirándome. Ojos profundos como los de quien viene del otro lado y mira esta parte de la existencia por primera vez.
Yo me reía y lloraba y le decía –Hola Amadeo, hola bebé-. El amor mas grande, mas absoluto, más pleno que nunca en mi vida sentí. No hay palabras que alcancen para describirlo, es una sensación que se escapa al lenguaje.
Ser una mujer, hembra, salvaje, libre, sostenida, poderosa, dadora de vida. Canal del y para el espíritu, eslabón de la humanidad, solo una mas y todas juntas.
Eso, amigo, para mí, es Dios.
Flavia Egle Roso
Fotografía: Natalia Roca